martes, 19 de marzo de 2024

La decapitada del arroyo los Molles

Ruben Alfons escritor y poeta

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La Decapitada del Arroyo de Los Molles

En la penumbra de la mañana, donde el sol luchaba por imponerse entre las nubes, la sospecha se había enraizado en el alma del esposo. —¿Dónde has estado? —preguntó, con vibrante voz repleta de celos no dichos y un feroz eco de la desconfianza que lo consumía. —Visité a mi madre —mintió ella, con una sonrisa que no lograba ocultar el temblor de sus labios, una máscara frágil para el secreto que guardaba—. Nada fuera de lo común. ¡Las cartas, esas malditas cartas con palabras de otro hombre, eran la evidencia irrefutable de su traición! —¿Cómo pudiste? —exclamó él, y cada palabra era como una piedra lanzada contra su propio reflejo, distorsionándose ante la verdad revelada. La furia se desató con la ferocidad de una tormenta que rompe la calma del cielo. El silencio, una vez impenetrable, se desgarró como un rayo, dejando en su estela el eco ensordecedor de la ira desatada. —¡Desvergonzada! —gritó, y la pala se alzó y descendió con una precisión mortal, en un acto final que resonaría a través del tiempo y el espacio. El cuerpo de la mujer, ahora un fardo de remordimiento, estaba entregado al arroyo; las aguas oscuras eran cómplices de su ira, un testigo mudo que se llevaba consigo la vida y los pecados de ambos. La desaparición de la esposa se convirtió en un susurro que recorría el pueblo, creciendo y transformándose en una leyenda que se contaba al caer la noche. Bajo el manto nocturno, cuando las sombras se extendían y el viento susurraba sus secretos, el arroyo cobraba vida propia. Los lugareños evitaban sus aguas como si fueran el umbral hacia lo desconocido, conscientes de la oscura historia que lo envolvía. La leyenda se pasaba de boca en boca en secreto, como un eco distante del pasado. Se rumoreaba que una vez, una mujer había desaparecido en sus turbias corrientes, víctima de una tragedia que había dejado una marca indeleble en el pueblo. Su esposo, consumido por la culpa, había ocultado su cuerpo entre las profundidades de aquél, mas su espíritu deambulaba sin descanso, en una incansable búsqueda de justicia. Los valientes que se atrevían a cruzar las turbias aguas de Los Molles, lo hacían con el corazón en un puño, temerosos de encontrarse con el espectro de la mujer decapitada. Se contaban historias de paisanos que, al sentir su presencia acechante, resistían la tentación de mirar atrás, anhelando llegar al otro lado para no verse envueltos por el terror. Aquellos que cedían a la curiosidad y volvían la vista, se enfrentaban a una visión tan horrenda que les arrebataba el aliento. La figura decapitada emergía de las aguas como un espectro vengador, atrapando a los desafortunados en un abrazo mortal. Los lamentos susurrantes de unos y otros se mezclaban con la macabra armonía del arroyo, mientras el destino de los imprudentes se sellaba en las profundidades, uniéndose al eterno tormento de la mujer que había perdido la vida en aquel lugar maldito. —Dicen que su espíritu aún vaga— murmuraban los viejos, mientras la gurisada escuchaba con asombrosa atención. Sus ojos se abrían de par en par, temerosos, con la lógica mezcla de curiosidad y horror de un niño ante la posibilidad de un encuentro con el espíritu de la mujer. El forastero llegó con una mirada que denotaba haber visto demasiado, buscando cerrar un capítulo que aún permanecía abierto. —Vengo a buscar la verdad —dijo, con un matiz siniestro que llevaba el peso de los años y los secretos. Lo que encontró en las profundidades del arroyo de Los Molles fue más que la verdad; era la redención de un pueblo y el descanso final de una leyenda, una paz que se extendía como un bálsamo sobre las aguas que una vez habían sido testigo de la tragedia. Sin embargo, su presencia dejó una sombra inquietante, una sensación de familiaridad que susurraba en la mente de quienes lo observaban, generando la inquietud y un sinfín de preguntas... ¿Acaso era más que un simple forastero en busca de la verdad?

©RubenAlfons

1 comentario:

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