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Entre el bullicio de la ciudad, Rubén, un hombre de cabellos canosos, buscaba un refugio del constante zumbido de la tecnología. Encontró su santuario en una librería olvidada, donde las palabras danzaban en las páginas como hojas al viento.
Cada visita se convertía en un viaje a lo profundo de su alma, donde las letras se entrelazaban en poesía y los mundos cobraban vida en su mente. Allí, entre los estantes repletos de historias, encontró la calma que anhelaba en medio del caos urbano.
La luz tamizada por las antiguas lámparas iluminaba su rostro con una suavidad celestial, mientras sus dedos acariciaban los lomos desgastados de los libros. En ese santuario de papel, Rubén se sumergía en la melodía de las palabras, encontrando consuelo en la magia de la literatura.
Y así, mientras el reloj de la ciudad seguía su implacable marcha, Rubén se perdía en los versos y las prosas, recordando siempre las palabras que le guiaron a este oasis de paz:
"Una vez cada tanto, sé infiel a tu celular con un libro".
