En la pantalla brillaban rostros atentos, cuatrocientos trabajadores dispersos por el país. La voz del director resonó fría a través del ciberespacio. Uno a uno, los despidió sin miramientos, como si fueran simples bytes en un mundo digital. El silencio invadió las habitaciones, reemplazando el murmullo de la oficina. En un instante, la conexión se cortó, dejando a cada uno hundido en su propia desolación. La empresa había optado por la distancia para evitar confrontaciones, pero nunca iban a borrar el amargo sabor de la traición en el mundo virtual.
En la pantalla brillaban rostros atentos, cuatrocientos trabajadores dispersos por el país. La voz del director resonó fría a través del ciberespacio. Uno a uno, los despidió sin miramientos, como si fueran simples bytes en un mundo digital. El silencio invadió las habitaciones, reemplazando el murmullo de la oficina. En un instante, la conexión se cortó, dejando a cada uno hundido en su propia desolación. La empresa había optado por la distancia para evitar confrontaciones, pero nunca iban a borrar el amargo sabor de la traición en el mundo virtual.
© Ruben Alfons
En la pantalla brillaban rostros atentos, cuatrocientos trabajadores dispersos por el país. La voz del director resonó fría a través del ciberespacio. Uno a uno, los despidió sin miramientos, como si fueran simples bytes en un mundo digital. El silencio invadió las habitaciones, reemplazando el murmullo de la oficina. En un instante, la conexión se cortó, dejando a cada uno hundido en su propia desolación. La empresa había optado por la distancia para evitar confrontaciones, pero nunca iban a borrar el amargo sabor de la traición en el mundo virtual.
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